martes, 23 de diciembre de 2014
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El peligroso camino que lleva a la Cueva del Diablo

2:28 a.m.
23 de diciembre de 2014

El Universal



Su dolor y la esperanza de encontrar algún día a sus seres queridos que están desaparecidos, las mantiene unidas. Son cuatro mujeres que han decidido incorporarse al grupo de búsqueda organizado por la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG).

Algunas han dejado de trabajar y otras dejan encargados a sus hijos para poder reunirse en las mañanas en la parroquia de San Gerardo, en Iguala, y comenzar a “peinar” zonas en las que podría haber indicios de fosas clandestinas u hogueras.

Miguel Ángel Jiménez Blanco, promotor de la UPOEG, dijo que la búsqueda entre los cerros es peligrosa, porque no los acompaña ninguna autoridad federal y a donde se dirigen es un campamento que utiliza el crimen organizado para mantener secuestrados a sus víctimas. Su nombre está cargado de temor, la llaman La Cueva del Diablo.

Luego de manejar por una media hora, es momento de dejar los autos porque el camino es de difícil acceso. Con machete en mano, las señoras están dispuestas a enfrentar lo que venga.

Es momento de continuar a pie hasta subir casi a la punta del cerro. Han pasado 40 minutos y encuentran un lugar en el que quemaron algo.

En busca de indicios. Pican con una varilla para saber si la tierra está blanda. Observan con atención si hay indicios de restos humanos, pero no hay nada. Continúan subiendo… ahora localizan lo que podría ser una fosa clandestina. De nuevo pican con la varilla. Conforme han pasado los días adquieren experiencia y saben que si la punta de la varilla huele “a muerte” es porque ahí podría ser una narcofosa.

“¡Huele a tierra, no hay nada!”, comenta uno de ellos.

Avanzan y se repite el mismo procedimiento en otros dos puntos en donde la tierra fue removida. Nada. Han pasado casi dos horas. La guía no recuerda bien si deben continuar derecho o doblar a la izquierda.

Pide al grupo esperar en lo que ella va por el camino de la izquierda, “¡Señor Miguel, acá es!”, grita Ana (nombre ficticio).

La Cueva del Diablo ahí está. Su acceso es difícil. Pican, Pican. No huele a muerte. Conforme avanzan, hay que entrar más agachados. Encuentran un pedazo de ropa quemado.

Es momento de salir y dirigirse a la otra cueva. Es mucho más grande. Es el campamento del crimen organizado, en el que mantienen plagiadas a sus víctimas. Hay evidencia. Una pala y cuatro excavaciones que se aprecian fácilmente.

De nuevo la misma operación. Conforme se adentran a la cueva encuentran más evidencias de que ahí estuvo alguien recientemente. Un pantalón, una camiseta, un rollo de papel higiénico, botellas de agua, y lo que parece ser —a decir de ellos—, un fragmento de hueso.

Un día más que Ana busca a su esposo que fue “levantado” el 26 de julio pasado (?1). Recuerda aquél día: “Íbamos en el carro y un Chevy se atravesó, bajaron a mi esposo cuatro personas, le taparon la cara con su propia playera y se lo llevaron”. Un día más en el que Bertha busca a su esposo, un ex militar que al momento de ser secuestrado era policía municipal de Teloloapan, zona en la que opera el grupo criminal Guerreros Unidos.

Aquél 2 de abril del año en curso (?2), jamás se le olvidará a Bertha, quien dejó de trabajar para buscarlo. “Siento que está muerto. Pero le pido a Dios que me conceda encontrar su cuerpo y darle sepultura, esta angustia me acaba”, comenta.

Un día más en que Sandra y María (también nombres ficticios) buscan a sus familiares. Lo mismo para otro señor que el 5 de julio de 2012 su hermano fue secuestrado.

“Me pedían 300 mil pesos para liberarlo, pedimos prueba de vida pero nunca nos dieron nada, por eso no pagamos”, explica. Es momento de partir de La Cueva del Diablo porque el camino es largo y peligroso, si no hay luz de día.

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